NASEVO
Ernesto Ventós nació en Barcelona en el seno de una familia que se ha mantenido conectada durante generaciones con el mundo de las fragancias y de los perfumes. Creció rodeado de bidones de esencias que cargaban el ambiente de espliego, lavanda, menta y naranja, siendo éstas últimas sus preferidas. Privado del sentido del oído desde que nació, su propia naturaleza dio prioridad al olfato como medio de comunicación con los demás y de expresión propia en su entorno. La tenacidad, el esfuerzo y la dedicación han sido las características propias de su personalidad. En el transcurso de los años le han permitido llegar a ser un maestro en un oficio tan complejo como es el de la perfumería.
Su aprendizaje como perfumista comienza a la edad de 17 años trabajando al lado de su padre y, sobre todo, de 1965 a 1968 que trabajó en Suiza con su maestro Arturo Jordi, y en Francia en una fábrica de Grasse. Se familiarizó con las diferentes esencias y sus características ejercitando la memoria de su nariz, estudiando los numerosos componentes hasta conseguir crear fórmulas y aplicarlas a distintos productos.
La búsqueda de conexiones entre la obra plástica y las percepciones olfativas le han preocupado siempre. Toda su vida ha estado rodeado por el arte y los olores. Trata sus propias creaciones olfativas con la paciencia, determinación y constancia propias de la actividad de los artistas. Hace servir su creatividad e imaginación con técnica y perseverancia hasta crear olores distinguidos o muy populares, pero siempre generadores de satisfacción para el olfato. Hoy en día utiliza estos mismos valores para crear además su propia obra plástica, piezas todas ellas relacionadas con el mundo del olor y de las fragancias donde el sentido del olfato es el protagonista absoluto.
Dice Vicenç Altaió sobre el artista: sordo desde la infancia, en lugar de observar las obras de arte mirándolas, las huele. (...) Sus trabajos son objetos artísticos que son, a la vez, objetos lingüísticos: un arquetipo, la nariz; una semántica, el olor-color; y un continente, los estilos y las formas del arte. Con singularidad, NASEVO lleva a la tierra las obras destiladas del conocimiento de Ventós con el espíritu del alquimista, mago y transformista.
La obra de NASEVO en el programa de RTVE La Aventura del Saber, Enero 2019.
Un día no muy lejano le explicaba a mi buen amigo Ernest Ventós que un hecho acontecido en relación con el arte de escribir y leer, y del arte de cocinar y comer, me había hecho pensar en el arte de hacer arte y oler, y naturalmente en él, que es, de oficio, químico de esencias; de vocación, coleccionista de arte; y, a escondidas y con doble personalidad hasta hoy, artista. El caso es que mientras trataba de adivinar el sentido que Dalí daba al automatismo morfológico con síntomas evidentes de estereotipia, fui interrumpido por el investigador culinario Ferran Adrià que, como si fuese un catedrático, me asaltó y me espetó: “Todos vosotros no hacéis más que leer y leer. Una vez al año visitáis el oculista, os revisáis la vista y os graduáis las gafas. Muy bien, pero no conozco a ningún intelectual que se haga mirar el gusto y el olfato. ¡Conocéis la cocina como si fuera de fotografía!”.
“La fórmula ella sola ya huele” –me dijo vocalizando y acompañando la afirmación con signos Ernest Ventós, una de las personas más inteligentes que he conocido, porque destaca por su bondad moral. Se expresa con frases simples y palabras precisas, cuando las palabras están más cerca de la certeza que las impulsa. Se ha dicho que cuando se está privado de uno de los sentidos se potencia otro. También se ha afirmado que nada nos aproxima más a la realidad que la mirada. La crisis del denominado arte “realista” lo desdice. Él mismo se enfada con la máquina de retratar, porque no le ayuda. Justamente como reconocido coleccionista de arte, de pintura y de escultura, Ventós apenas empezó su magnífica colección de fotografía cuando la fotografía dejó de ser documento.
A Ernest Ventós le gusta descubrir el olor natural que tiene una mano manchada de fruta tras el cristal, pero prefiere al artista que combina su paleta olfativa personal. Por la misma razón de simplicidad, a Ventós no le va eso de valerse del arte como sociología. Valora el trabajo del artista como la suma de un artesano más un investigador, como un perfumista que ha de dar perfección a la combinación. Siempre dispuesto al conocimiento, quiere aprender directamente de la obra, sin mapas de ruta, sin la instrumentalización estratégica de las ideologías en las que el arte es mediador, ni que sea en una colección literal sobre un tema. “La fotografía –así me la definió un día, ¡oh maravilla!– es una mujer desnuda tapada con un trapo que solo tiene libre la nariz. El olor que emite hacia afuera es la leche de su pecho”.
Me pregunto si no es precisamente todo este sentido de apertura de la percepción, tanto científico como ilusorio, lo que define la poética del artista Nasevo, tras el que se despliega la personalidad artística de Ernest Ventós. En el mundo de la cultura, su generosidad es tan reconocida como su particular colección, rica en matices, rigurosa y sin embargo ecléctica de tendencias como la época en que vivimos. A Ventós, además de practicar el coleccionismo como una forma de humanismo, habría que sumarle el gusto propio y la correspondencia de aplicar teorías de la ciencia del olfato a la interpretación de la teoría de los colores. A esto, se le llama sinestesia.
En efecto, la sinestesia es el ideal estético de la obra de arte resensualizada; en ella se expresan y se confunden todos los sentidos; un ideal estético lírico que no hay que confundir con el pretencioso súper yo épico del arte total. Creo que la humana práctica cotidiana de descubrir lo maravilloso en el arte de hoy y de conocer y amar a los artistas de hoy ha hecho que E. Ventós se sintiera poseído por el instinto y la facultad del artista. Sin las barreras de la jerarquía de los sentidos y de la especialización, provoca una auténtica sinestesia entre las diversas personalidades de uno.
El artista Nasevo, que lo ve todo a través de la nariz, es un artista despreocupado por tener un estilo propio y único, como era preocupación del individuo sometido al totalitarismo de la masa. Tampoco se tiene que rebanar los sesos con la dificultad de encontrar un tema. Tema y estilo le vienen regalados, son la página en blanco llena de todo, desde la que se tiene que empezar. Cuando la tradición es el presente. Solo tiene que preocuparse por la inventiva, un imaginario el suyo derivado de los juegos de palabras convertidos en objetos plásticos. Coleccionista de los demás, Nasevo no es el artista Ventós, sino, hoy por hoy, el único coleccionista de Ventós. Todo coleccionista ha de ser un humanista, como el artista de hoy es un enciclopedista. La suma de Ventós más Nasevo nos muestra cómo el arte es una aventura aún posible, al alcance de todos y singular, eso cuando la cultura es un derecho más un deber, y sobre todo un juego manifiesto y un placer sinestésico entre, también, el creador y el coleccionista.
Vicenç Altaió