Fernando Castro
Me encuentro en mundo trivial y uniforme, donde el estruendo no me deja escuchar los sonidos.
Escudriñando una forma de escapar hacia una catarsis virtual e imaginaria me encuentro con los objetos.
Ellos me ayudan a permutar su propia materialidad, pasando de ser elementos inertes a convertirse en un propósito en si mismos.
Al contrario que los juguetes de una película animada, cobran vida cuando los observo con detenimiento, como si fueran victimas de un mágico hechizo.
Se comunican conmigo, les doy formar y les obligo a posar ante mi artificial mirada.
Comienzo el éxodo hacia un planeta en onírico monocromático, que va mutando en un astro multi-pigmentado.
Objetos, pensamientos y sentimientos se entremezclan formando una amalgama de expresiones que se derraman en un universo repleto de continente y vacío de contenido.
En La Gran Ventana, corrupta e insustancial, plasmo las visiones de una mente abstraída en una nebulosa de imágenes inconclusas donde muchos te oyen pero pocos te escuchan.
Abandono mi ego, me dirijo hacia el camino de la exploración de nuevos conceptos e imágenes.
Esquivos y hoscos, los pensamientos fluyen con exigua abundancia, como si de piedras preciosas se trataran.
Como un corriente buscador de oro, tamizo la tierra yerma en busca de algún mineral fulgente. El viaje continúa, nunca acaba, al menos mientras mis manos no tiemblen.